El Aneto

 

Inicialmente, la gran aglomeración de granito que conforma el Aneto estaría carente incluso de nombre. Existen indicios de que los pastores y cazadores que lo percibían lo designaban como Malheta o Malahita, o simplemente Punta, desde los valles del sur. El primer viajero culto que lo avistó desde el puerto de Benasque, Louis Ramond de Carbonnières, un ilustrado francés, se limitaría a describir en 1.787 su aspecto de “aguja de hielo”. Su ubicación, rodeada de cuatro glaciares, Aneto, Coronas, Barrancs y Tempestades, y apoyado en una perfecta estructura de aristas le dan una cualidad única que la mayoría de cimas no poseen.

En el siglo XVIII comenzó a despertarse el interés por las montañas. Hasta entonces nadie subía a ellas, solo se utilizaban los pasos más accesibles, a través de los puertos y collados, como vías de comunicación entre pueblos.

En esta época la necesidad del control militar pasaba por una cartografía del territorio, y los cartógrafos se convirtieron en los primeros montañeros de la historia, los primeros hombres que se fijaban en las grandes cumbres y las dibujaban y medían con más o menos acierto.

En aquella época la intuición del cartógrafo francés La Blottière se aventuró a desbancar al Monte Perdido como la mayor altura de los Pirineos, centrando las miradas sobre el Macizo de la Maladeta. Las nieves perpetuas y el espesor de la masa de hielo fundamentaban su hipótesis que años más tarde se confirmaría.

Ramond de Carbonnières, junto a Ernest Vidal y Henri Reboul, se cansaron de dibujar y medir montañas y comenzaron a recorrerlas, documentando sus rocas, sus fósiles y sus plantas. Querían conocer lo desconocido, sentían la necesidad de ser los primeros en estar donde nadie antes había estado.

Todos estos impulsos fueron los que llevaron a un joven Ramond a intentar ascender una montaña considerada maldita para los montañeses, la Maladeta. Este intento de ascensión fallida permitió a Ramond contemplar desde una mejor perspectiva la verdadera dimensión de una punta escondida detrás de la cresta de los Portillones: el Aneto.

Henry Reboul, basándose en avanzados cálculos matemáticos, en 1.817 le dio su altitud correcta, situándola como techo de la cordillera pirenaica, por encima del Monte Perdido como se creía hasta entonces. Fue también este físico francés quien le dio el nombre en francés de Néthou, que en la cartografía francesa aún perdura, como deformación del pueblo de Aneto, al pie del valle de Salenques, si bien el cartógrafo Franz Schader ya advirtió de que era un error. La noticia sirvió para dar comienzo a una nueva carrera en la conquista del techo de los Pirineos.

En 1.820 se realiza el primer intento de ascensión al Aneto. Formarán el equipo Leon Dufour y Henri Reboul, acompañados por los guías de Luchon, Martre y Barrau. Salieron de Luchon y, al pasar el puerto de Benasque, pararon para observar la montaña y decidir por dónde intentarían ascender al gigante Aneto. El itinerario elegido fue una arista de apariencia amable que se levantaba desde el collado de Salenques. Está claro que fue una ilusión equivocada: una vez en el collado, la arista de Salenques se transformó en un caos de bloques y gendarmes, escalada imposible de asumir para estos cuatro aventureros.

De hecho, la muerte de Pierre Barrau, considerado el decano y máximo experto de la zona, en una grieta del hielo de la Maladeta, provocó una auténtica conmoción, y los naturales de la zona, ya muy temerosos de aventurarse por el glaciar, cogieron auténtico pánico a aquella montaña, que consideraban maldita.

Pasarían siete años hasta que alguien volviera a intentar llegar a la cima. Esta vez sería Étienne-Gabriel Arbanère y lo intentaría por el sur, alejándose de los grandes glaciares y las temibles crestas de la cara norte. Desde la brecha de Llosás tuvo que abandonar su intento.

Así, durante años, fueron sucediéndose diferentes tentativas con mayor o menor acierto en los itinerarios elegidos, quedándose más lejos o más próximos a la cima, caminando nuevos glaciares y atravesando nuevos collados, pero todas ellas con algo en común: ninguna conseguía llegar a la cumbre.

La primera ascensión al mismo está protagonizada por el conde Albert de Franqueville (1.814-1.891), botánico normando,  y el antiguo oficial ruso Platon de Tchihatcheff (1.802-1.892), que solía veranear en Bagnères de Luchon, con Bernat Arrazau “Ursule”, Pierre Redonnet “Nate”, Pierre Sanio y Jean Sors, “Argarot”, el 20 de julio de 1.842. Tchihatcheff  había subido este año al Midi d,Ossau, al Monte Perdido y al Vignemale, pero era incapaz de encontrar guías en Luchon, aterrorizados por el glaciar. En Luz-Saint-Sauveur contrata a Sanio y a dos cazadores de sarrios, “Ursule” y “Nate”. Allí se unen al conde y su guía, “Argarot”. Salen de Luchon y pernoctan en una oquedad en La Renclusa. Al día siguiente cruzan por las cercanías del collado de Alba hasta la laguna de Cregüeña, intentando evitar los glaciares en todo momento, desde donde pasan al valle de Coronas, el cual atraviesan hasta el collado de Coronas y, desde aquí, llegan a la cima, tras 3 duros días de recorrido.

Después, Tchihatcheff quiso abrir una ruta más directa a través del glaciar, pero sus acompañantes se negaron en redondo, obligándole a ceder. Cuatro días más tarde realizó un segundo ascenso con otro grupo, persiguiendo el mismo objetivo que sus primeros compañeros le habían negado. Al atravesar el Portillón, a la vista de las grietas que surcaban el glaciar, a punto estuvo de estallar un motín, pero, finalmente, después de atarse todos a una gruesa cuerda, atravesaron las simas, y el paso de Mahoma fue derrotado por segunda vez. El grupo lo formaban, además de Tchihatcheff, el profesor Laurent, de Burdeos, y los guías Arrazau, Redonnet y Sanio. Era el 24 de julio de 1.842. En sus mediciones de altitud Tchihatcheff sólo yerra en 34 metros, por defecto. Luego escribiría el libro Ascension au Pic de Néthou sobre estas vivencias.

 

El célebre montañero Lluís Estasen en la Maladeta, años 40 del siglo pasado

 

Años después se suceden nuevas ascensiones. Directo por el valle de Coronas es el itinerario seguido por Barnes y E. Packe, con  F. Barrau y C. Gouzan, el 17 de julio de 1.865. En 1.866 Henry Russell diseña un recorrido innovador por el glaciar de Barrancs, al este, con la intención de evitar la cara norte. No consiguió llegar a la cima: el pico que hoy lleva su nombre le negó el ascenso por dos veces. El mismo Russell, con F.  Barrau y C. Cier, ahora por Aigualluts, consiguen su ascenso el 7 de julio de 1.876. Por la cara sur, en la que se intercalan las canales de nieve con grandes rocas, subió por primera vez el cubano José Nariño, con los guías P. Cantalloup y J. Haurillon, el 1 de septiembre de 1.879. Los hermanos Cadier suben, posteriormente, al mismo por la arista NE y la Espalda de Aneto, el 8 de agosto de 1.902. Más tarde, los sacerdotes catalanes Antoni Arenas y Jaume Oliveres realizan un primer ascenso por la denominada “via de los Descalzos”. Y el vizconde J. de Ussel, con G. Castagné y J. Haurillon, ascienden también el 5 de agosto de 1.912. La canal Estasen la suben por primera vez Lluís Estasen y Josep Rovira, el 16 de julio de 1.930. Y el 6 de septiembre de 1.935, P. Grelier y J. V. Parant inauguran la ruta Jean Arlaud, por la cara norte y con algunos pasos de escalada.

 

Los cuerpos de José Sayó y Adolf Blass, frente a La Renclusa, una vez recuperados de la montaña

 

La señora Marshall, junto a su esposo, protagoniza la primera ascensión femenina, el día 14 de septiembre de 1.848. La probable primera nacional fue realizada por François Manuel y Jean Manuel de Harreta, con el guía “Michot”, por la ruta considerada hoy normal, en agosto de 1.855. Uno de esos hermanos, o padre e hijo, también hará la primera nacional conocida del Mont-Blanc, aunque la forma de reproducir sus nombres hace dudar sobre su nacionalidad. Con seguridad sí son españoles el marqués de Castro Serna y su criado Manuel Martínez, que, guiados por Cantaloup, Estrujo y Sestio, ascienden al Aneto unos años después, el 29 de julio de 1.861.

Efectúan la primera invernal Roger de Monts, con B. Courrèges y B. V. Paget, el 1 de marzo de 1.879. La primera vez que se sube con esquís es por franceses, entre ellos Maurice Heid, el 4 de abril de 1.904. En 1.922 Lluís Estasen, Carlos Feliu, E. Ribas y Josep Maria Soler Coll, guiados por el benasqués José Delmás, logran realizar la primera nacional con esquís, el 12 de abril de 1.922.

 

Benedicción de la recién puesta Cruz del Aneto, el 12 de agosto de 1.951

 

En la ruta normal al pico, tras sobrepasar el collado de Coronas y poco antes de la cima, es sobradamente conocido que se llega al paso de Mahoma, llamado así en referencia a una leyenda mahometana que viene a decir que el acceso al paraíso es tan estrecho como el filo de una cimitarra, sobre el que solo pasan los justos. En dicho paso o Puente de Mahoma estuvo muchos años una cruz en memoria de José Sayó, guía del valle de Benasque, que murió allí en 1.916 por un rayo, trabajando para Mossèn Jaume Oliveres.

A menudo los guías, en aquellos tiempos, acercaban a sus clientes desde la cumbre el libro de cima para evitarles recorrer el citado paso de Mahoma, aunque luego en los pueblos cercanos eran producto de algunas burlas.

Por una Real Orden se concedió la propiedad de los terrenos de la cumbre, collado de Coronas y alrededores de La Renclusa al Centre Excursionista de Catalunya (CEC). Josep Piqué es quien dirigió la construcción de la cruz de la cima, fabricada en aluminio, costeada por suscripción popular de 3 pesetas, a instancias del CEC, entre pirineistas franceses y españoles. Ésta se sube repartida en 6 piezas de 15 quilos, el 12 de agosto de 1.951. En 1.999 un temporal la derriba y luego es repuesta de nuevo en su lugar. Montañeros aragoneses colocan también en la cima una imagen de la Virgen del Pilar el 14 de agosto de 1.956. Con posterioridad se suman un poste geodésico y otros pequeños monumentos, como la estatua de un San Marcial, en 1.981. Ninguno de esos monumentos tiene una conservación fácil debido a las inclemencias del tiempo y la lucha simbólica de trasfondo. El primer libro de cima se coloca en agosto de 1.915, sustituyendo al registro existente en el casino francés de Luchon.

Louis le Bondidier bautizó algunos tresmiles de la cresta de Llosás a la cresta de Coronas como Franqueville y Argarot, a propuesta de Arlaud y Tchihatcheff, los cuales dieron nombre más tarde a nuevas cimas de la cordillera. El Aneto fue declarado parque natural en 1.994 junto a todo el macizo del Posets-Maladeta.

A mediados de octubre de 2.018 la cruz del Aneto fue víctima de un acto de vandalismo, siendo pintada de amarillo, por lo visto para reclamar la independencia de Cataluña. La guardia civil se trasladó al lugar mediante helicóptero para investigar, llevando un equipo para restaurar la cruz. Este acto de vandalismo suscitó el rechazo público de varias organizaciones y partidos políticos.

De cara al futuro, el Aneto está a la espera de la novedad más importante de su historia reciente, la desaparición de sus glaciares. Los más pesimistas señalan 2.050 como fecha de caducidad de las 100 hectáreas de hielo que restan de las más de 250 existentes en 1.842.

 

La Renclusa

 

La inauguración oficial de una pequeña edificación situada en la zona se fijó para el 5 de agosto de 1.916 con autoridades y mucha pompa, pero nunca tuvo lugar. Unos días antes, un rayo mató al que iba a ser el guarda del sencillo resguardo montañero y el mismo se abrió por defecto, con la mayor discreción y sin festejos. Ésta es la historia:

Renclusa significa “abrigo bajo la roca” y ya se hablaba de él en el siglo XVIII. Como tantos otros, ennegrecido por el humo, lo utilizaban los pastores en verano, pero pronto sirvió también de cobijo a los pocos montañeros que se acercaban a la montaña. A finales del siglo XIX, Sebastián Mora se hizo cargo del mismo y lo convirtió en un rudimentario refugio. Su sobrino José Sayó tomó el relevo en 1.907.

El 27 de julio de 2.016 se cumplieron cien años del fatal accidente del guía benasqués José Sayó en el Aneto. Su muerte frenó durante años la afluencia de montañeros al techo del Pirineo y dejó sin inauguración oficial al recién construido refugio de La Renclusa que Sayó iba a regentar.

José Sayó guió a muchos de los pirineistas que empezaron a frecuentar el lugar y trabó especial amistad con Juli Soler Santaló, con quién hizo la primera ascensión nacional al Posets por La Paul. Pronto vieron juntos la necesidad de mejorar el alojamiento de La Renclusa con la construcción de un refugio de verdad, como los que ya existían en la vertiente francesa, y pensaron que el CEC, Centre Excursionista de Catalunya, podría costearlo si el ayuntamiento de Benasque cedía el terreno y los materiales.

En 1.912 comenzaron las obras bajo la supervisión de Soler Santaló, que había diseñado los planos, y de Sayó, que sería el arrendatario por 29 años. Cuatrocientos cincuenta metros cuadrados en tres plantas, más bodega, era mucho más que la vieja cabaña. La muerte inesperada de Soler Santaló retrasaría la apertura oficial hasta el verano de 1.916, lo que se aprovechó para acondicionar la explanada de la entrada y para construir una pequeña capilla excavada en la roca que había dado nombre al refugio.

Sayó siguió con su trabajo de guía y en 1.915 colocó en la cumbre del Aneto el primer libro de registro. Pasó el tiempo y, al fin, la inauguración oficial del refugio de La Renclusa se fijó para el 5 de agosto de 1.916, con la participación de numerosas autoridades. Reinó el optimismo y se fantaseó, incluso, con construir otro refugio en el mismísimo collado de Coronas, a 3.200 metros de altura, a menos de una hora de la cima.

El 25 de julio de 1.916 llegaron desde el valle de Arán dos montañeros alemanes con la intención de subir al Aneto. Eran Adolf Blass y Eduard Kröger, residentes en Barcelona y socios del CEC, pero en los tiempos que corrían el encuentro con montañeros franceses que pudieran llegar y los recelos de los españoles, en gran medida francófilos, era garantía de tensiones. No tenían guía y Sayó se ofreció a acompañarles. Cuanto antes marcharan, mejor.

El conocido cura montañero Jaume Oliveras andaba por allí vigilando la construcción de su capilla de la Virgen de las Nieves y también decidió subir con un amigo. El jueves 27 Sayó y sus dos clientes salieron a las cinco de la mañana. Oliveras se retrasó esperando a su amigo que al final desistió. Se juntaron todos en el Portillón superior y en un día aceptablemente bueno alcanzaron la cumbre sin contratiempos.

Aunque Sayó conocía la montaña como nadie, no podía saber que en esos momentos el observatorio meteorológico de Viella estaba registrando una violenta caída de la presión atmosférica. Mientras comían algo, las nubes los envolvieron. Al abrir el libro de cumbre para firmar, el granizo comenzó a golpear sus páginas, la petaca de latón emitió destellos azulados y el ruido como de un zumbido de abejas escapaba de las puntas de las rocas. El estruendo del primer rayo no tardó en llegar aunque para entonces Sayó ya había organizado la retirada.

Oliveras y Kröger cruzaron el paso de Mahoma los primeros. La tormenta se había desatado y las descargas les zarandeaban en la antecima mientras esperaban que llegaran sus compañeros. Un rayo tronó especialmente cerca. Esperaron en vano. Oliveras volvió y al comienzo del Paso vio los cuerpos de Blass y Sayó caídos sobre una repisa en la vertiente de Vallibierna. Descendió como pudo y, al llegar junto a ellos, comprobó que estaban abrasados por el rayo. Aterrorizado, regresó junto a Kröger, le ocultó la desgracia y, encordándolo de nuevo, bajaron el glaciar a toda prisa. Sólo al llegar a las primeras pedreras le dijo la verdad.

 

El refugio de La Renclusa en construcción, mediados de 1.913

 

En La Renclusa la noticia dejó a todos consternados. Muchos volvieron al valle de inmediato, la mujer de Sayó y su hija se encerraron en su cuarto y nadie sabía cómo organizar la bajada de los cuerpos, pues el tiempo seguía muy malo. Al final, un grupo de rescate llegó desde Benasque. El 28 y 29 continuó el temporal. El día 30 subieron, pero no pasaron del collado de Coronas. El 31 mejoró el tiempo y, por fin, se consiguió llegar hasta los cadáveres cubiertos por la nieve. Los bajaron por el glaciar en improvisados trineos y, al llegar a la pedrera, los guías José Delmás y Daniel Mora se los echaron a la espalda.

 

Inauguración del refugio de La Renclusa, el 5 de agosto de 1.916

 

La prevista inauguración de La Renclusa se suspendió, pero su funcionamiento como refugio quedó garantizado al hacerse cargo del mismo Antonio Abadías, el yerno de Sayó. El cura Oliveras colocó al año siguiente una pequeña cruz de hierro en el lugar exacto del accidente y después marchó a las misiones a Venezuela. La afluencia de montañeros al Aneto se resintió. Según el libro de cumbre, desde 1.915 a 1.919 sólo subieron 146 españoles y 104 extranjeros.

Pasada la Primera Guerra Mundial, Abadías tomó el relevo de su suegro en la tarea de guiar clientes. Dicen que subió a “su montaña” más de cuatrocientas veces. Le llamaban el león del Aneto, y llevó a su hijo, José Abadías Sayó, a la cumbre con sólo diez años. La montaña empezó a recuperar fama de asequible y bonachona. Sólo había que darse un buen madrugón cuando el guarda despertaba a todo el mundo a las cinco de la mañana al grito de “¡Aneto, Aneto!”.

A partir de entonces el Aneto entraría en la dinámica de divulgación y popularización de las cumbres del Pirineo. En Francia su ascensión se convirtió en una gran clásica y todo turista termal de Bagnères de Luchon tenía que intentarla. Reflejo de aquel momento es el libro de Henry Spont, titulado simplemente Le Néthou, donde describe la excursión, el horario y el material aconsejable.

Calcula Antonio Lafón, el actual guarda de La Renclusa desde hace ya mucho tiempo, que pueden subir al Aneto más de siete mil personas al año, pero la montaña ya no es lo que era. Muchos no pernoctan en el refugio, situado a poco más de media hora de la carretera. El glaciar ha menguado mucho en los últimos treinta años, las previsiones meteorológicas son muy precisas y los equipos son inmejorables. Sin embargo, todos los años hay accidentes porque “debiéndose perder el miedo a la montaña se le ha perdido también el respeto”. Ninguno de los guías clásicos se lo perdió. Pero el único al que se recuerda por su trágica muerte es a José Sayó.

El refugio es actualmente de propiedad conjunta de la Federación Aragonesa de Montañismo y el CEC.