Glaciar de Aneto, subiendo a La Maladeta

PIRINEOS EN SOLITARIO, Jordi

correo electrónico: ascensiones_pirineos@hotmail.com

 

Ascender una montaña, sobretodo si es importante, y sin menospreciar otras que, quizás algunas, incluso puedan ser más complicadas, es como realizar un viaje, corto pero intenso, y con el momento más importante al hollar su cima, a partir de la cual la única posibilidad que existe es iniciar su descenso. La montaña te permite escuchar el murmullo del torrente que desciende ladera abajo y la música del  viento que va y viene, y también saborear la lectura de sus maravillosas poesías de piedra. En la montaña el tiempo tiene un valor relativo, es como un amigo o amiga que nos da satisfacciones y, lo que es mejor, la posible reflexión sobre nosotros mismos. Cuantos días felices me han deparado mis paseos por las montañas, sin exigirme nada a cambio. Que agradables sensaciones me han proporcionado y que melancólicos momentos he pasado, solo, cerca del cielo, ante algunos de sus numerosos lagos, oyendo como únicos sonidos el graznar de algún ave o el parsimonioso susurro de alguno de los pequeños cursos de agua que nacen cerca de sus cumbres. Cuantas veces no habré quedado extasiado ante la belleza de sus valles. Con cuanta admiración no habré observado, en verano ó entrado el otoño, sus moribundos glaciares, a veces blancos, a veces azulados y brillantes, otrora más oscuros. Cuantas veces habré descansado cerca de muchos de sus lagos, grandes, medianos y más pequeños, bajo la intensa luz de sus amaneceres o a la tenue y tibia luz de sus ocasos, intuyendo su fondo bajo sus tranquilas y transparentes aguas.

 

Gendarme Schmidt Endell, Pico Maldito y Punta Astorg, recorriendo el Glaciar de Aneto

 

Son muchos los recuerdos que guardo dentro de mí de tanta maravilla, la mayoría muy buenos, aunque también alguno algo malo. Malo, porque recorrer estas pétreas moles prácticamente siempre en solitario, alguna vez me ha dado algún pequeño disgusto, como ir a parar donde no tenía previsto ó, simplemente, encontrarme perdido, fuera de juego. Afortunadamente han sido muy pocos los problemas y siempre he conseguido salir de ellos bien parado. Ir solo, a pesar de tener sus más y sus menos, la mayoría de las veces me ha compensado. Escuchar, por ejemplo, el silencio a mi alrededor, poder observar algunos ejemplares de animales desde muy cerca porque no se han percatado de mí al no hacer ningún ruido, ó poseer todo el paisaje para mí por unos momentos, llegando a olvidarme durante estos instantes del mundo exterior. Admirar las escenas pintorescas y pastorales de todos sus rincones, rodear en soledad los lagos tranquilos y azulados y recorrer estrechos senderos entre el bosque. Acampar bajo una roca al claro de luna. Afrontar a veces grietas y paredes amenazadoras, saboreando la sensación intensa del peligro. A pesar de ir sólo, saliendo siempre de la población de Mataró, donde vivo, siempre he dejado constancia a mi esposa de la ruta que iba a hacer, dándole también una hora aproximada de regreso. Además, siempre he procurado vestir lo más coloreado posible, por si acaso. Antes de salir siempre paso lista de las cosas indispensables que me he de llevar, como si del chequeo de un piloto de aviación de antes de un despegue se tratase. Intento llevar siempre el menor peso en la mochila y cómo alimento siempre llevo un par de barritas de cereales y una fiambrera con frutos secos y chocolate, en salidas de cinco horas o menos. Si paso más tiempo me llevo además un bocadillo bastante grande. Para beber me llevo una botella de 1,50 litros, de las normales que venden en los supermercados, llena si sé que no voy a encontrar agua durante mi recorrido, y medio llena si sé que la va a haber. Al principio sacaba algunas fotos, pocas, pero con el tiempo le fui cogiendo afición y, al final, en cada ascensión hacía multitud de fotografías, quizás demasiadas. Así acabé teniendo, yo calculo, más de 50.000 fotos de todos los recorridos que he hecho. Añadir que soy incapaz de dejar ningún rastro de suciedad en la montaña. Creo que hemos de ser muy respetuosos con ella.

 

Fabulosas vistas subiendo al Aneto

 

Pirineos hay muchos y hay mucho Pirineo. Que hay mucho Pirineo está fuera de ninguna duda pues es una inmensa mole pétrea que va desde el Mediterráneo, de donde emerge, hasta el Atlántico, donde muere. ¿O es al revés?. ¿Qué más da?. Y que hay muchos Pirineos es también muy cierto. Un sinfín de elevaciones conforman la larga cordillera. Existen diferencias ostensibles entre su cara Norte y su cara Sur. También entre su parte más atlántica y su parte más mediterránea. Son también distintos entre sí la mayoría de sus valles y sus picos más importantes. Los hay más feroces y otros más pacíficos. Algunos son altivos, otros son más modestos. Algunos ofrecen ciertas dificultades y otros son más asequibles. Algunos son más bonitos que otros, pero en el Pirineo no hay ningún rincón desagradable. Por suerte, existen senderos, caminos o pistas, o simplemente, itinerarios, recorridos. Estos últimos necesitan estar marcados con hitos, aunque no siempre hay los necesarios, pues el avance no transcurre sobre suelo hollado. Pero siempre, o prácticamente siempre, tienen su lógica. No son fruto de la improvisación. Se adaptan al terreno, están perfectamente pensados.

Básica, escueta y fundamentalmente, podemos distinguir en el Pirineo una parte atlántica con alturas inferiores a los 3.000 metros, una parte central, donde encontramos casi todos los picos de más de 3.000 metros de altura, y una parte mediterránea, donde de nuevo la altura desciende por debajo de los famosos 3.000 metros.

El Aneto es el punto culminante de todo el sistema. Es un coloso aislado, alargado y ligeramente redondeado, como un barco hundido. Reina aparte, imponente, mayestático. Su cima, que escena, que cuadro. Desde la misma, en la lejanía, todavía, todavía más cimas. Picos agrupados confusamente, elevando sus orgullosos perfiles hacia el cielo. En algunos rincones, encima de hondonadas sin fondo, pedreríos suspendidos, rocas vertiginosas, conos devastados que el rebeco posiblemente no ha visitado nunca, agujas donde el águila busca a menudo un lugar en vano, pendientes acorazadas por un hielo eterno. En días nublados, el viento, que puede soplar con gran violencia, penetra en las compactas masas de nubes. Las rasga, se las lleva a trozos. A menudo se nivelan con las crestas y, a veces, empujadas por violentos remolinos, descienden montaña abajo. Y el montañero allí, mudo, asombrado, para su mirada un panorama que tiene algo de ensueño y de vértigo. El corazón helado, atravesado por una angustia profunda. En algún momento el viento llega a flagelar sus glaciares, las cimas se oscurecen y un lívido crepúsculo amarillea el manto de nieve sobre el que se abaten las grises nubes en agitadas y pequeñísimas porciones.

 

Últimas rampas al Aneto, llegando al collado de Coronas

 

En estos escritos intento recopilar el fruto de unas experiencias, la mayoría en solitario, por casi todo el Pirineo, pero sobretodo por su zona central, la de los tresmiles. Las excursiones comentadas son “mis excursiones”. Las que en todo momento, y consultando mapas, internet y otras muchas referencias, he creído que eran posibles, factibles y encadenables, a veces haciendo un esfuerzo suplementario para no dejarme ningún pico que tuviera cercano, teniendo que ir otro día expresamente al mismo, ó subdividiendo la excursión en dos veces para que fuera más sencilla. Estas excursiones comentadas no tienen ningún otro interés que explicar mis vivencias en la montaña, sin pretender ser ninguna guía exhaustiva para el excursionista, pero en algunos casos concretos pueden ayudar, supongo, a decidirse por alguna que otra alternativa específica.

Sabido es que los itinerarios de ascenso y descenso a las cumbres suelen estar marcados casi siempre con hitos o, a veces, con señales de pintura. En algunos casos hay pocos hitos, pocas señales, hay que andar un poco con precaución y sobretodo con mucha intuición. Es el caso de cimas poco visitadas o vías de ascenso poco frecuentadas. De todas maneras, aunque sean escasos y estén alejados entre sí, es raro ascender a un pico sin encontrar ningún rastro de algunas piedras apiladas en forma de mojones. Ayuda también mucho localizar, siempre con buen tiempo, claro, los picos en la distancia, ó los collados ó los valles.

A veces, en lugar de escasear, los hitos abundan, quizás excesivamente, y tiendes a desorientarte un poco dentro de un mismo camino. Esto provoca también que la zona se erosione más de la cuenta y se estropee demasiado. Suele ocurrir en itinerarios muy frecuentados o en algunos con bastante nieve. Como ejemplo del primer caso podríamos señalar el ascenso al Bastiments desde el Coll de la Marrana, en el que se han ido marcando un sinfín de caminos. Un buen ejemplo del segundo caso sería la subida al Portillón superior desde el refugio de La Renclusa. Pero lo más habitual es una señalización bastante correcta, siempre teniendo en cuenta los posibles matices e interpretaciones que pueda tener esta palabra.

Un sendero es algo que se ha ido formando con el paso del tiempo, a veces muchísimo tiempo, por el trasiego de personas o animales. Es posible que haya senderos desde que el hombre existe en la tierra. Cuando estos se van arreglando y marcando se convierten en caminos. Senderos, o sendas, muy transitados tienden a estropearse. El caminante evita su parte central, más resbaladiza, y opta por ir por sus costados. Esto hace que el sendero, aparte de que se vuelve más ancho, invada zonas de pastos laterales arrasando las mismas. El caminante debe respetar los recorridos y, en lo que pueda, no salirse de los caminos y sendas.

Esta redacción está dispuesta en once capítulos, correspondientes a las once zonas montañosas principales que tienen cimas de más de 3.000 metros, y a cuatro subcapítulos más correspondientes al Parc Nacional d,Aigüestortes i Estany de Sant Maurici-Vall de Boí, Andorra, los Pirineos orientales, mediterráneos, y los Pirineos occidentales, atlánticos.

 

Crea tu propia página web con Webador